El viento soplaba en
la aldea de Bhuith, era de noche y el cielo estrellado formaba numerosas
sombras desconocidas entre los recovecos de las casas. Un niño con el pelo
revuelto merodeaba a hurtadillas por la calle. Había sido retado. La tarde anterior,
a la sombra de un roble, había sido retado. Esa misma noche tendría que entrar
en la mansión abandonada y traer algo de la habitación de la Niña.
Antes era conocida por su nombre, Elsa, pero desde
lo sucedido… Los supersticiosos aldeanos preferían olvidar. Daba mal fario decir
el nombre de los muertos y mucho más si rondaban rumores de que habían sido
vistos recientemente.
El chico saltó la verja del jardín y atravesó una de
las ventanas que años antes se habían roto. Un pequeño almacén lo rodeaba, olía
a moho y a putrefacción. Rezando para sus adentros giró el manillar de la
puerta, que con un chirrido escalofriante le dejó entrar. Ahora se encontraba
en el vestíbulo.
Había oído decir que se veía a la Niña las noches
sin luna, en una de las habitaciones del ala Este. Por eso sus amigos
insistieron en que era importante que viniera esa noche: Si existía, hoy
aparecería. Él no creía en esas cosas, aunque tenía algo de miedo.
Ascendió por las
escaleras lentamente mientras miraba hacia todo los lados y su respiración se
entrecortaba. Arriba del todo giró a la derecha y un pasillo se abrió ante él. Estaba
ricamente decorado, pero una oscura mancha al final de él ensombrecía la alfombra.
El chico supo de inmediato que la puerta que buscaba era aquella de la que
salía del charco. Tragó saliva y continuó andando, poniendo especial cuidado al
llegar en no pisarla. Empujó la puerta, que estaba entreabierta, y observó la
habitación. Era un cuarto de niña, de niña pequeña además. Todo tenía un
extraño aspecto adorable, que unido al polvo y a la oscuridad, era bastante
escalofriante.
Los simpáticos peluches se habían convertido en
espeluznantes abominaciones, el rosa chillón reinante en la sala parecía
advertirle de que no saldría de allí. Recorrió la sala de un vistazo y decidió
coger un coletero rosa que descansaba sobre una silla cercana.
Ya estaba, ya lo tenía. Demostraría a todo el mundo
que la casa no estaba encantada y que él era tremendamente valiente.
-Espera –le dijo una
voz infantil cuando estaba a punto de abandonar la habitación- ¿Qué haces con
mi coletero?
-Yo eh… Um…-el niño
comenzó a temblar. Quería girarse y observar a su interlocutora o salir
corriendo y no mirar atrás, pero era incapaz de moverse más allá del tembleque
general de su cuerpo.
-¿Tienes frío? ¿Por
qué tiemblas? –preguntó curiosa Elsa.
Esas preguntas tan mundanas le dieron al chico el
arrojo necesario para girarse y hablar. Una niña en camisón le miraba con
curiosidad a través de sus translucidos ojos.
-Ne…Necesito tu
coletero.
-¿Para qué? Tu pelo
es muy corto. Yo lo necesito más –le aseguró acariciando su melena azulada.
-No es para mi pelo,
es para… una apuesta.
-¿Por una apuesta?
¿Apostaste que podías robarme? –le preguntó incrédula, conteniendo su ira.
-¡No! Yo jamás haría
algo así. Aposté que vendría aquí, cogería algo tuyo y demostraría que no
existías.
-Vaya, pues te ha
salido mal. Mira –dijo girando sobre sí misma- soy un fantasma.
-Lo sé, pero eres un
fantasma bueno ¿Verdad?- preguntó dudoso el niño.
-¿Crees que si no lo
fuera seguirías vivo? –le respondió bruscamente Elsa. Ante lo que el niño enmudeció.-
Ya que has venido ¡Juguemos a algo! –Le propuso arrepentida de su tosquedad- Te
gustan las apuestas… Así que te reto a que vuelvas mañana y me traigas algo
bonito para reemplazar este coletero, que tengo entre mis dedos.
El chico se sorprendió
al ver que era el mismo que segundos antes tenía entre sus temblorosas manos.
-¿Cómo has hecho eso?
–le preguntó.
La chica se
encogió de hombros.
-Ventajas de ser un
fantasma, supongo. ¿Entonces aceptas?
-Por supuesto.-afirmó
sin dudar.