viernes, 26 de diciembre de 2014

El mejor de los trabajos.



          Ser un copo de nieve no es algo que un niño de ocho años suela desear. Lo más normal sería que quisiera ser futbolista, médico o bombero. Sin embargo, él tenía muy claro que de mayor quería ser un copo de nieve.

          Si se piensa fríamente -afirmaba él- ser un copo de nieve es un gran trabajo: Haces felices a otros niños, nunca estás solo porque siempre estás rodeado de más como tú e incluso puedes formar parte de una divertida guerra de bolas de nieve. Además, no tendría que volver al colegio y eso era lo que más le gustaba. No más deberes. Sólo dejarse mecer por el viento para caer suavemente junto a un manto de nieve o tal vez sobre el gorro de alguna alegre chiquilla.

         Sólo había una cosa que no le gustaba de ser un copo de nieve ¿Qué haría en verano? Porque todo el mundo sabe que en verano no nieva y si no nieva… ¿Tendría que esperar allí arriba, encima de una nube, hasta el próximo invierno? No, sin duda prefería estar junto a sus padres. En verano siempre iban a la playa y allí hacía demasiado calor para alguien con ese tipo de trabajo.

         Ellos no querían ser copos de nieve y aunque lo había intentado, no les había convencido, decían que era una tontería infantil. Pobres, no sabían lo que se iban a perder por preferir ser simples adultos.

 
Dibujado por Semigarcía. (@semigarciart)
 

viernes, 19 de diciembre de 2014

Ev-4

          Lo había terminado pero no le convencía. Le faltaba algo... ¿Tal vez un software más avanzado? ¿Un hardware más sofisticado? No, no era eso... Pero algo le faltaba...

          Fue cuando lo desmontaba por tercera vez cuando se dió cuenta de que lo que le faltaba no estaba en él, sino que el problema era que sólo estaba él.
          Así fue como nació Ev-4. Nunca antes había fabricado un robot feminino. Todos sus robots eran varones. No le parecía machismo, simplemente era más sencillo. Por eso mismo le sorprendió cuando funcionó.
          No era perfecta, andaba con torpeza y una de sus manos no cerraba bien. Pero era exactamente lo que le faltaba a Ro-12. Ev-1 era el engranaje que le faltaba a su motor. Con esto, el Creador no quería decir que ella fuera una mera pieza que existiera para que él funcionara, si no que Ro-12 la necesitaba a ella para funcionar. Del mismo modo que el motor de un ventilador no sirve para nada sin unas aspas que conviertan su movimiento en empuje.

          La puerta se abrió con un quejido y Ev-4 se internó en la oscuridad del almacén. Ro-12 detectó movimiento y alzó la cabeza, su único ojo buscaba sin descanso el origen de la intromisión.

viernes, 12 de diciembre de 2014

El Reto.



El viento soplaba en  la aldea de Bhuith, era de noche y el cielo estrellado formaba numerosas sombras desconocidas entre los recovecos de las casas. Un niño con el pelo revuelto merodeaba a hurtadillas por la calle. Había sido retado. La tarde anterior, a la sombra de un roble, había sido retado. Esa misma noche tendría que entrar en la mansión abandonada y traer algo de la habitación de la Niña.
Antes era conocida por su nombre, Elsa, pero desde lo sucedido… Los supersticiosos aldeanos preferían olvidar. Daba mal fario decir el nombre de los muertos y mucho más si rondaban rumores de que habían sido vistos recientemente.

El chico saltó la verja del jardín y atravesó una de las ventanas que años antes se habían roto. Un pequeño almacén lo rodeaba, olía a moho y a putrefacción. Rezando para sus adentros giró el manillar de la puerta, que con un chirrido escalofriante le dejó entrar. Ahora se encontraba en el vestíbulo. 
Había oído decir que se veía a la Niña las noches sin luna, en una de las habitaciones del ala Este. Por eso sus amigos insistieron en que era importante que viniera esa noche: Si existía, hoy aparecería. Él no creía en esas cosas, aunque tenía algo de miedo. 
            Ascendió por las escaleras lentamente mientras miraba hacia todo los lados y su respiración se entrecortaba. Arriba del todo giró a la derecha y un pasillo se abrió ante él. Estaba ricamente decorado, pero una oscura mancha al final de él ensombrecía la alfombra. El chico supo de inmediato que la puerta que buscaba era aquella de la que salía del charco. Tragó saliva y continuó andando, poniendo especial cuidado al llegar en no pisarla. Empujó la puerta, que estaba entreabierta, y observó la habitación. Era un cuarto de niña, de niña pequeña además. Todo tenía un extraño aspecto adorable, que unido al polvo y a la oscuridad, era bastante escalofriante. 
Los simpáticos peluches se habían convertido en espeluznantes abominaciones, el rosa chillón reinante en la sala parecía advertirle de que no saldría de allí. Recorrió la sala de un vistazo y decidió coger un coletero rosa que descansaba sobre una silla cercana.
Ya estaba, ya lo tenía. Demostraría a todo el mundo que la casa no estaba encantada y que él era tremendamente valiente.

            -Espera –le dijo una voz infantil cuando estaba a punto de abandonar la habitación- ¿Qué haces con mi coletero?
            -Yo eh… Um…-el niño comenzó a temblar. Quería girarse y observar a su interlocutora o salir corriendo y no mirar atrás, pero era incapaz de moverse más allá del tembleque general de su cuerpo.
            -¿Tienes frío? ¿Por qué tiemblas? –preguntó curiosa Elsa.
Esas preguntas tan mundanas le dieron al chico el arrojo necesario para girarse y hablar. Una niña en camisón le miraba con curiosidad a través de sus translucidos ojos.
            -Ne…Necesito tu coletero.
            -¿Para qué? Tu pelo es muy corto. Yo lo necesito más –le aseguró acariciando su melena azulada.
            -No es para mi pelo, es para… una apuesta.
            -¿Por una apuesta? ¿Apostaste que podías robarme? –le preguntó incrédula,  conteniendo su ira.
            -¡No! Yo jamás haría algo así. Aposté que vendría aquí, cogería algo tuyo y demostraría que no existías.
            -Vaya, pues te ha salido mal. Mira –dijo girando sobre sí misma- soy un fantasma.
            -Lo sé, pero eres un fantasma bueno ¿Verdad?- preguntó dudoso el niño.
            -¿Crees que si no lo fuera seguirías vivo? –le respondió bruscamente Elsa. Ante lo que el niño enmudeció.- Ya que has venido ¡Juguemos a algo! –Le propuso arrepentida de su tosquedad- Te gustan las apuestas… Así que te reto a que vuelvas mañana y me traigas algo bonito para reemplazar este coletero, que tengo entre mis dedos.
            El chico se sorprendió al ver que era el mismo que segundos antes tenía entre sus temblorosas manos.
            -¿Cómo has hecho eso? –le preguntó.
 La chica se encogió de hombros.
            -Ventajas de ser un fantasma, supongo. ¿Entonces aceptas?
            -Por supuesto.-afirmó sin dudar.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Killtown


La calle estaba vacía, todo el mundo observaba desde la relativa seguridad de sus casas. Aquellos que habían sido rápidos observaban la escena desde el Saloon.

Un buscado asesino había llegado a Killtown, una pequeña ciudad al este del condado de Hurtek. El sheriff había huido y no quedaba nadie para hacerle frente. Nadie, excepto el viejo Tom.

Era un hombre entrado en años que caminaba con una lenta cojera, había dejado el cargo de Sheriff hacía unos años y pasaba sus días pensando en su prometedora juventud. La gente de la ciudad estaba segura de que ese era el motivo que le había empujado a enfrentarse al famoso asesino: Estaba arto de su cojerosa vida.


Tom salió del Saloon a su encuentro, soplaba el viento ligeramente hacia la derecha. Su mente ya estaba calculando el ángulo de disparo. El tiempo que tardó en llegar frente a frente, pudo notar toda la atención de Killtown sobre él y eso le encantaba, cuando era joven. Ahora no podía dejar de pensar en que estaban seguros de que no lo conseguiría y él estaba de acuerdo, ¡Pero qué demonios! Era molesto que estuvieran tan seguros. Panda de cobardes.

Se encontraba frente a frente con el asesino, que iba embozado con un pañuelo rojo y un sombrero blanco muy ridículo.

-Bien, solucionemos esto, jovencito. –dijo el viejo Tom como si estuviera regañando a un chiquillo por colarse en su granja y asustar a sus ovejas.
-Así que tú eres el famoso Tom, de Killtown. –escupió el asesino.
-Efectivamente, y tú, ¿Quién eres?

Todo el mundo en la ciudad decía que era un famoso asesino, pero nadie sabía su nombre. Si iba a morir, al menos quería saber quien tendría el honor de matarle.

El asesino sonrió

-Soy Iñigo Montoya , tu mataste a mi padre. Prepárate a morir, Tommy.
-¿Tommy? Hace muchos años que nadie me llama así. –se sorprendió el viejo Tom.

Bastantes años atrás era conocido en Killtown como Tommy, el de la granja del norte. Es cierto que no era un nombre muy impresionante, pero si tenemos en cuenta que el camino del norte era el único que existía en la ciudad y que por él llegaban todo tipo de bandidos y de calaña, comprenderás por qué no había en todo Killtown nadie mejor preparado que él.

Tommy, el del Norte, era el más rápido manejando el revólver de todo el condado y antes, era el encargado de dar buena cuenta de todo aquel que se atrevía a molestar en su ciudad, pero de poco le sirvió cuando resbaló de la moto y se rompió la cadera.

El viejo Tom cayó en la cuenta. Pinta de vaquero del oeste: un ajado pañuelo rojo, un gorro de cuero negro y citaba obras que ya eran viejas cuando su abuelo era joven. Sólo podía ser el pequeño Bob.

Nada había cambiado y aún recordaba las tardes del verano del 2140. Trasteando entre los cachivaches del desván de su tío encontraron una pila de libros de cuando el mundo era un bonito lugar en el que vivir. Bob pasó todo el verano leyéndolas y repitiéndolas en voz alta, a la vez que él practicaba incansable con el revólver. Después de eso, los padres de Bob decidieron mudarse y no habían vuelto a verse hasta hoy. Ese pañuelo se lo había regalado antes de que se fuera.

-Bob, viejo amigo ¿eres tú? –le preguntó mientras el asesino se acercaba.
-El mismo que viste y calza. –le dijo, y acto seguido, le abrazó.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Ro-12

        Nunca se sabe qué puede suceder si decides crear algo de la nada y lo dejas que se aventure. A Ro-12 lo dejaron frente al mundo con poco más que él mismo.  En ningún momento pensó que su creador fuera mala persona, sólo algo despistado. No podía negar que le faltaba un brazo y que uno de sus dos ojos no acababa de funcionar bien, pero al menos le había dejado una amplia gama de recambios y una muy bien surtida caja de herramientas. Cada vez que algo en él se estropeaba, podía cambiarlo.

        Sabiendo esto, pensarás que por qué no se arreglaba el ojo y el brazo. Bueno, Ro-12 pensaba que si su creador no le había puesto un segundo brazo, era porque simplemente no quería que lo tuviera. ¿Y quién era él para llevarle la contraria? 

        Hacía años que no lo veía, le echaba de menos. Antes se pasaba horas y horas retocándolo y probándole piezas. Un día lo había traído al almacén del taller y allí lo había dejado. Era tan buen sitio como cualquier otro, pensaba él.

        Creerás que Ro-12 sólo era uno más de los inventos del Creador y que lo había abandonado a su suerte, pero no era así. Él lo repetía continuamente mientras lo programaba "Eres mi mejor creación, nunca te abandonaré" Además, si sólo era uno entre una multitud de inventos ¿Dónde estaban el resto de inventos? 

        Ro-12 sabía que les había pasado. Él mismo había estado apunto de ser desmontado, pero felizmente el Creador cambió de opinión. Estaba furioso y había comenzado a desmembrarlo, pero justo cuando iba a comenzar a desatornillar el segundo brazo, puso cara de sorpresa, sonrió y lo trajo al almacén. Alguna razón tendría.

viernes, 21 de noviembre de 2014

El Castigo.

              Hacía al menos seis noches que no dormía bien. Se despertaba en mitad de la noche, sudoroso y con el recuerdo de un grito en su cabeza, cada día un poco más largo y nítido.
 Eran las 2:21 de la mañana y la memoria le torturaba con un grito, que reconoció como el de una joven. Se levantó de la cama y decidió acabar con las pesadillas.
            Cogió su gabardina granate, se la puso y tanteó en los bolsillos para encontrar las llaves del coche. Era un utilitario muy sencillo de color azul marino, perfecto para pasar desapercibido. Fuera hacía frío, pero por suerte tenía calefacción.
            Al llegar frenó a una distancia prudencial y buscó algo en su guantera, un roce metálico le hizo sonreír. Salió del coche recibiendo una oleada de frío en la cara. Era la 1:14, o eso marcaba el estropeado reloj del coche, en realidad debían de ser alrededor de las tres. Era hora de estar en la cama.
Giró la llave y la puerta se abrió con un crujido. El pasillo estaba oscuro, pero no necesitaba luz, conocía ese almacén a la perfección.. Finalmente, llegó a la puerta de hierro que guardaba el motivo de sus pesadillas.  Abrió la mirilla de la puerta y observo la figura que descansaba tranquilamente sobre unas mantas deshilachadas. Le estaba mirando.
Resultaba fuera de lugar en aquel sitio. Era joven, llena de inocencia y sin embargo…todo el mundo la odiaba. No había otra forma de que pudiera dormir, o se aseguraba de que estaría a salvo o no podría descansar.
-¿Te he despertado? Lo siento, cada día que pasa dudo más de que aquí estés a salvo. Cualquiera podría oírte. Estaré fuera, en el coche. Si me necesitas...
La chica saltó hacia él haciendo vibrar la resistente puerta de metal.
-Te…he… dicho…-le susurró con dureza y dificultad- que…no… vengas…de noche.
Sus ojos rojos se le clavaban con fiereza. Por la mañana volverían a ser azules.

-Que descanses, pequeña Lilith. – se despidió mientras cerraba la mirilla.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Mi querida Claudia

Mi querida Claudia,
            Siento que las fuerzas me abandonan, ya no soy capaz ni de agarrar mi pluma sin que me tiemble el pulso. Creo que es hora de decirte adiós.
Nunca olvidaré el tiempo que pasamos juntos. Tampoco cuando te conocí, esos días que pasé mirándote tras los arbustos hasta que me atreví a hablarte, ni cómo me invitaste a columpiarme junto a ti cuando tembloroso me acerqué al parque, ni cuando te pregunté que si querías que te empujase. Aún recuerdo lo que sentí al agarrar tu pequeña cintura y tu grito de “Más alto, más alto”.
 Tampoco olvidaré cuando, años después, aceptaste mi invitación de ir juntos al baile de graduación ni tu precioso vestido verde, menos aún cómo me dijiste esa misma noche que sería divertido volvernos a ver al día siguiente.
No todo fueron bonitos recuerdos, no olvides lo cerca que estuvimos del precipicio cuando Joaquín se encaprichó contigo y, en fin, tú con él. Por suerte volviste, aunque me costó demostrarte que realmente sólo te quería para llegar hasta Natalia, tu mejor amiga.
Curiosa pareja. Al final se casaron, como bien sabes, y al final nosotros también. Tu cara de incredulidad cuando te pedí matrimonio en mitad del cine, en el mismo momento en el que el protagonista se lo pedía a la chica, tampoco se perderá en mi memoria.
Contigo he pasado los mejores años de mi vida, y es que desde que te conocí aquel día en el parque no he pensado en otra cosa que no fueras tú. Por desgracia, ese Dios en el que creías se volvió contra nosotros. Envidia, probablemente.
Nunca olvidaré las horas de espera en el hospital, las pruebas en las que no me permitían estar junto a ti, las charlas que acababan en sollozos nocturnos. Recuerdo el día en el que me pediste por favor que no te mirara cuando no llevases peluca, recuerdo tus ojos de agradecimiento cuando te dije que era injusto que me lo pidieras, que yo me quedaría calvo en unos años y tú lo recuperarías en sólo unos meses. Pero me equivoqué. Sigo teniendo bastante pelo. Superamos esto juntos y pensé que ya nada podría separarnos. pero volví a equivocarme.
Ojalá pudiera olvidarlo, pero recuerdo el día en que sin fuerzas te viste a obligada a desplazarte en una silla de ruedas. Aún así te seguía queriendo, tu sonrisa, huidiza en estos últimos días, seguía siendo una razón para vivir.
Finalmente, hace unas semanas tu memoria se quebró y empezaste a olvidar todo, empezaste a olvidarme.  A veces creo ver cómo me reconoces y todo vuelve a ser como antes, vuelvo a estar en ese parque y en esos columpios. Otras veces no lo haces y siento que algo en mi se muere. Y es cierto, ya te avisé al principio de esta despedida, de que mis energías se agotaban y estoy seguro de que ya sólo serán unas semanas las que pueda pasar junto a ti, pero será la mejor forma de dejar este mundo.
 Espero, sinceramente, que me regales alguna de tus sonrisas. Hace mucho que no veo ninguna y me gustaría marcharme con un buen recuerdo en la mente.
Nunca te he dejado sola y nunca lo voy a hacer. Aunque queda de tu mano, porque solo he podido hacer lo que mejor se me da. Escribir. Te he escrito, más bien nos he escrito, una biografía. Desde que nos conocimos hasta hoy.
 Lo he arreglado todo para que cuando yo ya no esté te entreguen todo lo necesario, incluido a alguien que te lea cuando tú ya no puedas, para que seas capaz de volver a recordar, aunque sea unos instantes, los momentos que pasamos juntos. Los médicos me han avisado de que es muy probable que al no recordar nada, al no sentirte identificada, no leas nunca esto, pero al menos estaré presente en estas hojas que siempre tendrás a mano.

Eternamente tuyo, Víctor.

viernes, 17 de octubre de 2014

El Templo de los Guardianes (Parte 1)

             En una lejana selva de un distante país se encontraba una expedición de arqueólogos. Eran los mejores y llevaban años buscando un antiguo templo del que muy pocos habían oído hablar. Tras varios intentos fallidos lo habían encontrado.

             Era conocido como el Templo de los Guardianes y cuando lo encontraron estaban seguros de que había recibido  ese nombre por las dos grandes estatuas que custodiaban la puerta. Sin embargo, al internarse en su oscuridad se dieron cuenta del terrible error que habían cometido.

             Ya llevaban andando al menos una hora entre pasillos que bajaban y habitaciones ricamente decoradas con frases de un idioma desconocido. Más de una vez habían acabado en un pasillo cerrado. Cuando les sucedía, volvían a repetir el trayecto, cambiando algún tramo por el que no hubiesen pasado.  Para no confundirse utilizaban un viejo truco para resolver laberintos, marcaban con tiza los pasillos y salas visitadas.

             Ya estaban desesperados y pensaban en irse y volver al día siguiente, pero por pura suerte, al girar una esquina, la puerta de la que hablaban en los textos que habían descifrado se alzó ante ellos. Parecía muy robusta toda de hierro y madera, pero afortunadamente, el cierre de la puerta se encontraba hacía fuera. Como si la intención de los arquitectos no hubiera sido dificultarle la entrada sino la salida. Esto no les extrañó, pues era muy común en la zona que se enterrase al jefe o caudillo junto a sus sirvientes aún vivos, para que le ayudaran en el más allá. Apartaron la tres tablas de madera reforzadas con hierro que cerraban la puerta y la abrieron. Estaba todo oscuro. Usaron un par de palos de luz para iluminar la zona y entraron.

             Se encontraron con un gran pasillo que bajaba poco a poco durante casi media hora y que desembocaba en otro laberinto de pasillos interminables. Cuando se disponían a repetir el mismo método de exploración que en el piso de arriba, escucharon un sonido de pisadas muy cerca de ellos... ¿Les habría seguido alguien?  La arqueóloga jefe de la expedición pensó rápidamente en su pequeña hija, Aishlin. La habían dejado al cuidado de un joven estudiante mientras exploraban las cuevas ¿les habría seguido ella? Era una chica muy lista, estaba segura de que podría haberlo hecho. Pero no, las pisadas sonaban demasiado fuertes y venían de pasillos que no habían explorado. Cada vez se escuchaban más cerca y  solo tuvieron tiempo de sorprenderse antes de que dos grandes bestias, muy parecidas a las estatuas que defendían la puerta, les bloquearan el paso.

             Los arqueólogos estaban incrédulos: sería un gran descubrimiento. Si conseguían salir de ahí, claro.

       

viernes, 12 de septiembre de 2014

Muy lejos está cerca


En el momento en el que Ray tocó el pomo, supo que algo iba mal. La puerta de su casa estaba forzada. La entrada estaba revuelta al igual que el salón. Ray comenzó a caminar hacia la habitación de su hermana. Su puerta estaba cerrada pero un pequeño charco de sangre asomaba por debajo, parecía seca. El corazón de Ray dio un vuelco.

Abrió la puerta lentamente y un chirrido inundó el pasillo. Un hombre estaba tumbado boca a abajo en el suelo con una fea herida en la cabeza.

-¿Papá?- Preguntó Ray, aunque sabía que su padre estaba en el trabajo.

 El chico se acercó y le dio la vuelta tembloroso. Miró su cara. No le resultaba conocido. En su mano inerte aún sujetaba un cuchillo, lo separó con el pie como había visto en las películas y lo observó detenidamente. Estaba muerto, tenía los ojos entre abiertos pero no respiraba. La mesilla de noche estaba ensangrentada, probablemente se había golpeado con ella. También tenía el pantalón desabrochado.
 Abandonó la habitación lentamente y cerró la puerta. Respiraba de forma entrecortada pero aun así pudo escuchar un ruido proveniente de la habitación de su padre. Giró sobre sí mismo y entró. Parecía vacía.  

-Eh.. ¿hola?- preguntó.
-Ra-ay, ¿e-eres t-tú?- le respondió una voz entrecortada. 
-¡Eva! ¿Estás bien?

Una niña de unos nueve años salió de debajo de la cama y le abrazó llorando.

-Tranquila, pequeña, tranquila. Estás a salvo.- le decía mientras la acunaba.- ¿Qué ha pasado?
-Un ho-hombre entró a robar, era malo. ¿Sabes do-donde está? No quiero que vuelva.-dijo asustada
-Tranquila, está muy lejos. ¿Qué más pasó?
-Pues... Entró e intentó agarrarme pero se-se resbaló y me escapé. Luego me escondí aquí. ¿Nos ha robado?
-No, pequeña, no ha podido.

Ray estaba feliz de que a su hermanita no le hubiese sucedido nada, pero eso no explicaba qué le había pasado a ese hombre.

-Has sido muy valiente, ¿Sabes? Ven, vamos a mi cuarto, pequeña.
-Deja de llamarme así.-le dijo Eva más calmada. 

-¿Quieres escuchar algo de música? - le preguntó a la vez que la sentaba en su silla de escritorio.
-Vale.- Debía ser cierto eso de que había sido muy valiente, por que su hermano nunca le dejaba entrar en su habitación y menos escuchar su música.

           Ray colocó sus cascos en la cabeza de Eva e hizo amago de irse al pasillo, pero vio como le miraba su hermana y decidió quedarse. Subió un poco el volumen de la última canción que había estado escuchando en su MP4. Sacó el móvil del pantalón y marcó el 091

           -¿Policía?

viernes, 29 de agosto de 2014

¿Estás viva?

¿Estás viva? Probablemente dirás que sí, o no podrías estar leyendo esto.

Pero realmente… ¿Te sientes viva? Imagino que, ya no tan segura,  me seguirás respondiendo que sí.

Pero… ¿Cómo puedes sentirte viva si te rodea un mundo artificial?

¿Cómo puedes sentirte viva si nunca has pisado el suelo con los pies descalzos?  Y no, no hablo del asfalto ni siquiera de la fina arena de playa o del césped de tu jardín. Hablo de la dura grava, del barro que roza tus pies y los ensucia, de la fría roca que puede calentarlos.

 ¿Cómo puedes sentirte viva si nunca has andado durante todo el día, caminando por caminos que más bien parecían senderos, subiendo por cuestas por las que nunca creíste que pudieras subir, raspándote las manos hasta verlas sangrar? Y comprender, una vez arriba del todo, que todo lo que has pasado ha merecido la pena y que si te hubieras rendido tantas veces como te hubiera gustado, no habrías llegado nunca hasta aquí? Hasta la cima, donde puedes ver todo el camino hecho y comprender que el fin no es llegar arriba sino aprender algo por el camino.

¿Pero qué te voy a explicar a ti? Si nunca has cargado la mochila de un compañero al hombro cuando él ya no podía más, si nunca has sufrido al ver como se iba acabando el agua de la cantimplora, siendo consciente de que aún quedaban muchos kilómetros de un camino incierto, si tampoco nunca has tomado la decisión de aguantarte la sed porque un amigo necesitaba el agua más que tú.
¿Pero qué vas a saber tu, si nunca te has caído porque ya no podías más? Ni te han alzado tus compañeros consiguiendo que continuaras andando, que superases tus propios límites. Porque ya lo decía aquel hombre “Los límites son para los matemáticos”

¿Cómo puedes sentirte viva? Si nunca has escuchado los sonidos de la noche? Si nunca has caminado bajo la luz de la luna o las estrellas, si nunca tu corazón ha dado un vuelco al escuchar entre los arbustos un ruido extraño, si nunca te has tumbado en la hierba, con compañía o sin ella, y te ha parecido el lugar más maravilloso del mundo, aunque cierta piedra se te estuviese clavando en cierto lugar. ¡¿Cómo?! Si nunca has dormido a la intemperie.

¿Cómo puedes sentirte viva? Si nunca has sentido el aire de la montaña en tus pulmones, si nunca has visto cómo es una nube por encima, si nunca has bebido agua de un manantial desconocido, si nunca te has refrescado en el cauce de un río sin nombre, ni te has internado en un bosque espeso o en una oscura cueva.

¿Cómo puedes estar tan segura? Si nunca has corrido bajo la lluvia, si nunca has pisado charcos de agua, si nunca has tropezado llenándote de barro, ni has vuelto a casa hecha un desastre?

¿Cómo puedes decir que vives? Si nunca has visto a un niño dejar de llorar y comenzar a reírse gracias a ti. ¿Cómo? Si nunca has tenido la oportunidad de curar la “gran” herida que se había hecho escalando el árbol más alto?  ¿Cómo? Si nunca has formado parte de sus juegos, si nunca has pensado que un palo puede ser la mejor arma y una piedra el tesoro más precioso.


¿Cómo puedes decir eso, si nunca has vivido?