viernes, 17 de octubre de 2014

El Templo de los Guardianes (Parte 1)

             En una lejana selva de un distante país se encontraba una expedición de arqueólogos. Eran los mejores y llevaban años buscando un antiguo templo del que muy pocos habían oído hablar. Tras varios intentos fallidos lo habían encontrado.

             Era conocido como el Templo de los Guardianes y cuando lo encontraron estaban seguros de que había recibido  ese nombre por las dos grandes estatuas que custodiaban la puerta. Sin embargo, al internarse en su oscuridad se dieron cuenta del terrible error que habían cometido.

             Ya llevaban andando al menos una hora entre pasillos que bajaban y habitaciones ricamente decoradas con frases de un idioma desconocido. Más de una vez habían acabado en un pasillo cerrado. Cuando les sucedía, volvían a repetir el trayecto, cambiando algún tramo por el que no hubiesen pasado.  Para no confundirse utilizaban un viejo truco para resolver laberintos, marcaban con tiza los pasillos y salas visitadas.

             Ya estaban desesperados y pensaban en irse y volver al día siguiente, pero por pura suerte, al girar una esquina, la puerta de la que hablaban en los textos que habían descifrado se alzó ante ellos. Parecía muy robusta toda de hierro y madera, pero afortunadamente, el cierre de la puerta se encontraba hacía fuera. Como si la intención de los arquitectos no hubiera sido dificultarle la entrada sino la salida. Esto no les extrañó, pues era muy común en la zona que se enterrase al jefe o caudillo junto a sus sirvientes aún vivos, para que le ayudaran en el más allá. Apartaron la tres tablas de madera reforzadas con hierro que cerraban la puerta y la abrieron. Estaba todo oscuro. Usaron un par de palos de luz para iluminar la zona y entraron.

             Se encontraron con un gran pasillo que bajaba poco a poco durante casi media hora y que desembocaba en otro laberinto de pasillos interminables. Cuando se disponían a repetir el mismo método de exploración que en el piso de arriba, escucharon un sonido de pisadas muy cerca de ellos... ¿Les habría seguido alguien?  La arqueóloga jefe de la expedición pensó rápidamente en su pequeña hija, Aishlin. La habían dejado al cuidado de un joven estudiante mientras exploraban las cuevas ¿les habría seguido ella? Era una chica muy lista, estaba segura de que podría haberlo hecho. Pero no, las pisadas sonaban demasiado fuertes y venían de pasillos que no habían explorado. Cada vez se escuchaban más cerca y  solo tuvieron tiempo de sorprenderse antes de que dos grandes bestias, muy parecidas a las estatuas que defendían la puerta, les bloquearan el paso.

             Los arqueólogos estaban incrédulos: sería un gran descubrimiento. Si conseguían salir de ahí, claro.