viernes, 26 de diciembre de 2014

El mejor de los trabajos.



          Ser un copo de nieve no es algo que un niño de ocho años suela desear. Lo más normal sería que quisiera ser futbolista, médico o bombero. Sin embargo, él tenía muy claro que de mayor quería ser un copo de nieve.

          Si se piensa fríamente -afirmaba él- ser un copo de nieve es un gran trabajo: Haces felices a otros niños, nunca estás solo porque siempre estás rodeado de más como tú e incluso puedes formar parte de una divertida guerra de bolas de nieve. Además, no tendría que volver al colegio y eso era lo que más le gustaba. No más deberes. Sólo dejarse mecer por el viento para caer suavemente junto a un manto de nieve o tal vez sobre el gorro de alguna alegre chiquilla.

         Sólo había una cosa que no le gustaba de ser un copo de nieve ¿Qué haría en verano? Porque todo el mundo sabe que en verano no nieva y si no nieva… ¿Tendría que esperar allí arriba, encima de una nube, hasta el próximo invierno? No, sin duda prefería estar junto a sus padres. En verano siempre iban a la playa y allí hacía demasiado calor para alguien con ese tipo de trabajo.

         Ellos no querían ser copos de nieve y aunque lo había intentado, no les había convencido, decían que era una tontería infantil. Pobres, no sabían lo que se iban a perder por preferir ser simples adultos.

 
Dibujado por Semigarcía. (@semigarciart)
 

viernes, 19 de diciembre de 2014

Ev-4

          Lo había terminado pero no le convencía. Le faltaba algo... ¿Tal vez un software más avanzado? ¿Un hardware más sofisticado? No, no era eso... Pero algo le faltaba...

          Fue cuando lo desmontaba por tercera vez cuando se dió cuenta de que lo que le faltaba no estaba en él, sino que el problema era que sólo estaba él.
          Así fue como nació Ev-4. Nunca antes había fabricado un robot feminino. Todos sus robots eran varones. No le parecía machismo, simplemente era más sencillo. Por eso mismo le sorprendió cuando funcionó.
          No era perfecta, andaba con torpeza y una de sus manos no cerraba bien. Pero era exactamente lo que le faltaba a Ro-12. Ev-1 era el engranaje que le faltaba a su motor. Con esto, el Creador no quería decir que ella fuera una mera pieza que existiera para que él funcionara, si no que Ro-12 la necesitaba a ella para funcionar. Del mismo modo que el motor de un ventilador no sirve para nada sin unas aspas que conviertan su movimiento en empuje.

          La puerta se abrió con un quejido y Ev-4 se internó en la oscuridad del almacén. Ro-12 detectó movimiento y alzó la cabeza, su único ojo buscaba sin descanso el origen de la intromisión.

viernes, 12 de diciembre de 2014

El Reto.



El viento soplaba en  la aldea de Bhuith, era de noche y el cielo estrellado formaba numerosas sombras desconocidas entre los recovecos de las casas. Un niño con el pelo revuelto merodeaba a hurtadillas por la calle. Había sido retado. La tarde anterior, a la sombra de un roble, había sido retado. Esa misma noche tendría que entrar en la mansión abandonada y traer algo de la habitación de la Niña.
Antes era conocida por su nombre, Elsa, pero desde lo sucedido… Los supersticiosos aldeanos preferían olvidar. Daba mal fario decir el nombre de los muertos y mucho más si rondaban rumores de que habían sido vistos recientemente.

El chico saltó la verja del jardín y atravesó una de las ventanas que años antes se habían roto. Un pequeño almacén lo rodeaba, olía a moho y a putrefacción. Rezando para sus adentros giró el manillar de la puerta, que con un chirrido escalofriante le dejó entrar. Ahora se encontraba en el vestíbulo. 
Había oído decir que se veía a la Niña las noches sin luna, en una de las habitaciones del ala Este. Por eso sus amigos insistieron en que era importante que viniera esa noche: Si existía, hoy aparecería. Él no creía en esas cosas, aunque tenía algo de miedo. 
            Ascendió por las escaleras lentamente mientras miraba hacia todo los lados y su respiración se entrecortaba. Arriba del todo giró a la derecha y un pasillo se abrió ante él. Estaba ricamente decorado, pero una oscura mancha al final de él ensombrecía la alfombra. El chico supo de inmediato que la puerta que buscaba era aquella de la que salía del charco. Tragó saliva y continuó andando, poniendo especial cuidado al llegar en no pisarla. Empujó la puerta, que estaba entreabierta, y observó la habitación. Era un cuarto de niña, de niña pequeña además. Todo tenía un extraño aspecto adorable, que unido al polvo y a la oscuridad, era bastante escalofriante. 
Los simpáticos peluches se habían convertido en espeluznantes abominaciones, el rosa chillón reinante en la sala parecía advertirle de que no saldría de allí. Recorrió la sala de un vistazo y decidió coger un coletero rosa que descansaba sobre una silla cercana.
Ya estaba, ya lo tenía. Demostraría a todo el mundo que la casa no estaba encantada y que él era tremendamente valiente.

            -Espera –le dijo una voz infantil cuando estaba a punto de abandonar la habitación- ¿Qué haces con mi coletero?
            -Yo eh… Um…-el niño comenzó a temblar. Quería girarse y observar a su interlocutora o salir corriendo y no mirar atrás, pero era incapaz de moverse más allá del tembleque general de su cuerpo.
            -¿Tienes frío? ¿Por qué tiemblas? –preguntó curiosa Elsa.
Esas preguntas tan mundanas le dieron al chico el arrojo necesario para girarse y hablar. Una niña en camisón le miraba con curiosidad a través de sus translucidos ojos.
            -Ne…Necesito tu coletero.
            -¿Para qué? Tu pelo es muy corto. Yo lo necesito más –le aseguró acariciando su melena azulada.
            -No es para mi pelo, es para… una apuesta.
            -¿Por una apuesta? ¿Apostaste que podías robarme? –le preguntó incrédula,  conteniendo su ira.
            -¡No! Yo jamás haría algo así. Aposté que vendría aquí, cogería algo tuyo y demostraría que no existías.
            -Vaya, pues te ha salido mal. Mira –dijo girando sobre sí misma- soy un fantasma.
            -Lo sé, pero eres un fantasma bueno ¿Verdad?- preguntó dudoso el niño.
            -¿Crees que si no lo fuera seguirías vivo? –le respondió bruscamente Elsa. Ante lo que el niño enmudeció.- Ya que has venido ¡Juguemos a algo! –Le propuso arrepentida de su tosquedad- Te gustan las apuestas… Así que te reto a que vuelvas mañana y me traigas algo bonito para reemplazar este coletero, que tengo entre mis dedos.
            El chico se sorprendió al ver que era el mismo que segundos antes tenía entre sus temblorosas manos.
            -¿Cómo has hecho eso? –le preguntó.
 La chica se encogió de hombros.
            -Ventajas de ser un fantasma, supongo. ¿Entonces aceptas?
            -Por supuesto.-afirmó sin dudar.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Killtown


La calle estaba vacía, todo el mundo observaba desde la relativa seguridad de sus casas. Aquellos que habían sido rápidos observaban la escena desde el Saloon.

Un buscado asesino había llegado a Killtown, una pequeña ciudad al este del condado de Hurtek. El sheriff había huido y no quedaba nadie para hacerle frente. Nadie, excepto el viejo Tom.

Era un hombre entrado en años que caminaba con una lenta cojera, había dejado el cargo de Sheriff hacía unos años y pasaba sus días pensando en su prometedora juventud. La gente de la ciudad estaba segura de que ese era el motivo que le había empujado a enfrentarse al famoso asesino: Estaba arto de su cojerosa vida.


Tom salió del Saloon a su encuentro, soplaba el viento ligeramente hacia la derecha. Su mente ya estaba calculando el ángulo de disparo. El tiempo que tardó en llegar frente a frente, pudo notar toda la atención de Killtown sobre él y eso le encantaba, cuando era joven. Ahora no podía dejar de pensar en que estaban seguros de que no lo conseguiría y él estaba de acuerdo, ¡Pero qué demonios! Era molesto que estuvieran tan seguros. Panda de cobardes.

Se encontraba frente a frente con el asesino, que iba embozado con un pañuelo rojo y un sombrero blanco muy ridículo.

-Bien, solucionemos esto, jovencito. –dijo el viejo Tom como si estuviera regañando a un chiquillo por colarse en su granja y asustar a sus ovejas.
-Así que tú eres el famoso Tom, de Killtown. –escupió el asesino.
-Efectivamente, y tú, ¿Quién eres?

Todo el mundo en la ciudad decía que era un famoso asesino, pero nadie sabía su nombre. Si iba a morir, al menos quería saber quien tendría el honor de matarle.

El asesino sonrió

-Soy Iñigo Montoya , tu mataste a mi padre. Prepárate a morir, Tommy.
-¿Tommy? Hace muchos años que nadie me llama así. –se sorprendió el viejo Tom.

Bastantes años atrás era conocido en Killtown como Tommy, el de la granja del norte. Es cierto que no era un nombre muy impresionante, pero si tenemos en cuenta que el camino del norte era el único que existía en la ciudad y que por él llegaban todo tipo de bandidos y de calaña, comprenderás por qué no había en todo Killtown nadie mejor preparado que él.

Tommy, el del Norte, era el más rápido manejando el revólver de todo el condado y antes, era el encargado de dar buena cuenta de todo aquel que se atrevía a molestar en su ciudad, pero de poco le sirvió cuando resbaló de la moto y se rompió la cadera.

El viejo Tom cayó en la cuenta. Pinta de vaquero del oeste: un ajado pañuelo rojo, un gorro de cuero negro y citaba obras que ya eran viejas cuando su abuelo era joven. Sólo podía ser el pequeño Bob.

Nada había cambiado y aún recordaba las tardes del verano del 2140. Trasteando entre los cachivaches del desván de su tío encontraron una pila de libros de cuando el mundo era un bonito lugar en el que vivir. Bob pasó todo el verano leyéndolas y repitiéndolas en voz alta, a la vez que él practicaba incansable con el revólver. Después de eso, los padres de Bob decidieron mudarse y no habían vuelto a verse hasta hoy. Ese pañuelo se lo había regalado antes de que se fuera.

-Bob, viejo amigo ¿eres tú? –le preguntó mientras el asesino se acercaba.
-El mismo que viste y calza. –le dijo, y acto seguido, le abrazó.