viernes, 29 de agosto de 2014

¿Estás viva?

¿Estás viva? Probablemente dirás que sí, o no podrías estar leyendo esto.

Pero realmente… ¿Te sientes viva? Imagino que, ya no tan segura,  me seguirás respondiendo que sí.

Pero… ¿Cómo puedes sentirte viva si te rodea un mundo artificial?

¿Cómo puedes sentirte viva si nunca has pisado el suelo con los pies descalzos?  Y no, no hablo del asfalto ni siquiera de la fina arena de playa o del césped de tu jardín. Hablo de la dura grava, del barro que roza tus pies y los ensucia, de la fría roca que puede calentarlos.

 ¿Cómo puedes sentirte viva si nunca has andado durante todo el día, caminando por caminos que más bien parecían senderos, subiendo por cuestas por las que nunca creíste que pudieras subir, raspándote las manos hasta verlas sangrar? Y comprender, una vez arriba del todo, que todo lo que has pasado ha merecido la pena y que si te hubieras rendido tantas veces como te hubiera gustado, no habrías llegado nunca hasta aquí? Hasta la cima, donde puedes ver todo el camino hecho y comprender que el fin no es llegar arriba sino aprender algo por el camino.

¿Pero qué te voy a explicar a ti? Si nunca has cargado la mochila de un compañero al hombro cuando él ya no podía más, si nunca has sufrido al ver como se iba acabando el agua de la cantimplora, siendo consciente de que aún quedaban muchos kilómetros de un camino incierto, si tampoco nunca has tomado la decisión de aguantarte la sed porque un amigo necesitaba el agua más que tú.
¿Pero qué vas a saber tu, si nunca te has caído porque ya no podías más? Ni te han alzado tus compañeros consiguiendo que continuaras andando, que superases tus propios límites. Porque ya lo decía aquel hombre “Los límites son para los matemáticos”

¿Cómo puedes sentirte viva? Si nunca has escuchado los sonidos de la noche? Si nunca has caminado bajo la luz de la luna o las estrellas, si nunca tu corazón ha dado un vuelco al escuchar entre los arbustos un ruido extraño, si nunca te has tumbado en la hierba, con compañía o sin ella, y te ha parecido el lugar más maravilloso del mundo, aunque cierta piedra se te estuviese clavando en cierto lugar. ¡¿Cómo?! Si nunca has dormido a la intemperie.

¿Cómo puedes sentirte viva? Si nunca has sentido el aire de la montaña en tus pulmones, si nunca has visto cómo es una nube por encima, si nunca has bebido agua de un manantial desconocido, si nunca te has refrescado en el cauce de un río sin nombre, ni te has internado en un bosque espeso o en una oscura cueva.

¿Cómo puedes estar tan segura? Si nunca has corrido bajo la lluvia, si nunca has pisado charcos de agua, si nunca has tropezado llenándote de barro, ni has vuelto a casa hecha un desastre?

¿Cómo puedes decir que vives? Si nunca has visto a un niño dejar de llorar y comenzar a reírse gracias a ti. ¿Cómo? Si nunca has tenido la oportunidad de curar la “gran” herida que se había hecho escalando el árbol más alto?  ¿Cómo? Si nunca has formado parte de sus juegos, si nunca has pensado que un palo puede ser la mejor arma y una piedra el tesoro más precioso.


¿Cómo puedes decir eso, si nunca has vivido?

viernes, 15 de agosto de 2014

Ruinas.


El sol iluminaba su ciudad, se asomaba tímidamente entre los edificios, consumidos por la lluvia de falsas verdades y de verdaderas mentiras, desgastados por los rayos de las amistades y los amores que se quiebran al chocar contra el primer cristal, agitados por el soplo del olvido y del recuerdo de aquellos que pasearon entre ellos.

Ella caminaba sin rumbo, por las calles que había creado mientras soportaba la vida, pasando de los callejones que había destruido la sociedad, empujándolos a todos hacia la misma avenida con estúpidos estándares sociales.


            Caminando errante la encontró, aunque sería más exacto decir que fue al revés. Estaba sentada en un banco mientras leía  y jugueteaba con un mechón de pelo entre sus dedos. Estaba sólo a unos pasos pero a la vez distante. Cuando se acercó, pudo comprobar que olía a libro antiguo y que sus numerosas estanterías de madera abarcaban todo tipo de temas. No todas estaban llenas, aún había espacio para más 
libros. Se presentó con timidez y al entrar en la biblioteca salió de su mundo de escombros.


Créditos.
            -Creado por el escritor sin pluma.

viernes, 1 de agosto de 2014

Una noche de historias.



          Aunque era verano, por la noche refrescaba. La pequeña hoguera que titilaba ante ellos, les proporcionaba el reconfortante calor que perdían al soplar el viento.

         El chico de la sudadera negra, jugueteaba sentado, con un par de hojas que habían caído de alguno de los árboles que rodeaban el claro. Estaba escuchando la historia que contaba el joven que iba en manga corta. De vez en cuando miraba veloz a la chica de enfrente, para segundos después fijarse despectivamente en el narrador y finalmente, de nuevo en las hojas.

         La chica, miraba distraída a la hoguera  y enrollaba con sus manos las largas mangas de la sudadera. Pensaba triste en que ojalá hubiera sido el otro chico el que le ofreciera su sudadera cuando mencionó que tenía frío.

         El joven que estaba de pie, contando una terrorífica historia mientras hacía gestos con las manos, estaba muy cercano a la hoguera, por lo que cuando la chica se quejó del aire, le ofreció su sudadera a sabiendas de que tendría calor más adelante. Él, miraba a ambos, pero estaba demasiado concentrado en su tarea para percatarse de que los pensamientos de la chica no iban dirigidos a su narración, si no al chico de la sudadera negra. 

         Había más jóvenes alrededor escuchando, pero ellos tres formaban una historia aparte.