Era el mejor y sus clientes lo admitían. Sabía hacer su trabajo y ponía toda su atención e interés en él. Tenía experiencia internacional, era un profesional. Por eso aquella noche iba tranquilo, no fallaría, la misión sería un éxito. Caminaba del brazo junto a una bella cortesana que se había ofrecido para la ocasión.
Bajo
sus ropas de noble adinerado se escondían multitud de armas. Entre el jubón y
la falda de la bella damisela llevaban todo tipo de artilugios. Eran la pareja
ideal, él rápido y calculador, ella veloz e inteligente.
La
puerta de Palacio estaba custodiada por dos soldados con alabardas, fue muy
sencillo evadirlos, sólo tuvieron que
enseñar la invitación a la fiesta real que habían conseguido de la casa de un
noble despistado y que ahora mismo estaría maldiciendo su mala cabeza.
El
Palacio Real era grandioso, con numerosas ventanas y columnas de mármol
blanco. Por dentro, estaba ricamente
decorado con telas y estatuas. Había mesas con comida y una gran cantidad de
personal preparado para servir vino entre la nobleza.
La pareja
se internó entre los nobles. El Rey no llegaría hasta acabada la recepción,
mientras, serían los Duques del
inexistente Condado de Vigea.
Finalmente,
el último noble atravesó la puerta, que se cerró con un suave golpe.
Las
luces bajaron ligeramente de intensidad y un fuerte trompeteo comenzó a sonar,
precediendo la entrada de los Reyes. Tras su pomposa presentación, comenzó el
festín.
Los más
altos cargos de la Corte fueron uno a uno presentándole sus respetos. A los
nobles de menores cargos les correspondía hacerlo después. A nuestra pareja los
últimos, pues aunque eran duques pertenecían a un pequeño ducado apartado de la
Corte.
Cuando
llegó su turno, el asesino flexionó sus piernas, sujetó con seguridad la mano
de su majestad, besó su anillo y le aseguró que era su fiel servidor, en el
momento en el que pinchaba a su ilustrísima por debajo del anillo.
En dos
horas su majestad estaría muerta y todo gracias al Gremio de los Diez y su
nuevo veneno. Tan potente, que un simple pinchazo bastaba para matar a una
persona. Había tenido mucho cuidado en no pincharse él mismo. Era un
profesional y el rey estaría muerto en una agónica semana.