Nunca se sabe qué puede suceder si decides crear algo de la nada y lo dejas que se aventure. A Ro-12 lo dejaron frente al mundo con poco más que él mismo. En ningún momento pensó que su creador fuera mala persona, sólo algo despistado. No podía negar que le faltaba un brazo y que uno de sus dos ojos no acababa de funcionar bien, pero al menos le había dejado una amplia gama de recambios y una muy bien surtida caja de herramientas. Cada vez que algo en él se estropeaba, podía cambiarlo.
Sabiendo esto, pensarás que por qué no se arreglaba el ojo y el brazo. Bueno, Ro-12 pensaba que si su creador no le había puesto un segundo brazo, era porque simplemente no quería que lo tuviera. ¿Y quién era él para llevarle la contraria?
Hacía años que no lo veía, le echaba de menos. Antes se pasaba horas y horas retocándolo y probándole piezas. Un día lo había traído al almacén del taller y allí lo había dejado. Era tan buen sitio como cualquier otro, pensaba él.
Creerás que Ro-12 sólo era uno más de los inventos del Creador y que lo había abandonado a su suerte, pero no era así. Él lo repetía continuamente mientras lo programaba "Eres mi mejor creación, nunca te abandonaré" Además, si sólo era uno entre una multitud de inventos ¿Dónde estaban el resto de inventos?
Ro-12 sabía que les había pasado. Él mismo había estado apunto de ser desmontado, pero felizmente el Creador cambió de opinión. Estaba furioso y había comenzado a desmembrarlo, pero justo cuando iba a comenzar a desatornillar el segundo brazo, puso cara de sorpresa, sonrió y lo trajo al almacén. Alguna razón tendría.
viernes, 28 de noviembre de 2014
viernes, 21 de noviembre de 2014
El Castigo.
Hacía al menos seis noches que no dormía bien. Se
despertaba en mitad de la noche, sudoroso y con el recuerdo de un grito en su
cabeza, cada día un poco más largo y nítido.
Eran las 2:21 de la mañana y la memoria le
torturaba con un grito, que reconoció como el de una joven. Se levantó de la
cama y decidió acabar con las pesadillas.
Cogió
su gabardina granate, se la puso y tanteó en los bolsillos para encontrar las
llaves del coche. Era un utilitario muy sencillo de color azul marino, perfecto
para pasar desapercibido. Fuera hacía frío, pero por suerte tenía calefacción.
Al
llegar frenó a una distancia prudencial y buscó algo en su guantera, un roce
metálico le hizo sonreír. Salió del coche recibiendo una oleada de frío en la
cara. Era la 1:14, o eso marcaba el estropeado reloj del coche, en realidad
debían de ser alrededor de las tres. Era hora de estar en la cama.
Giró la
llave y la puerta se abrió con un crujido. El pasillo estaba oscuro, pero no
necesitaba luz, conocía ese almacén a la perfección.. Finalmente, llegó a la
puerta de hierro que guardaba el motivo de sus pesadillas. Abrió la mirilla de la puerta y observo la
figura que descansaba tranquilamente sobre unas mantas deshilachadas. Le estaba
mirando.
Resultaba
fuera de lugar en aquel sitio. Era joven, llena de inocencia y sin embargo…todo
el mundo la odiaba. No había otra forma de que pudiera dormir, o se aseguraba
de que estaría a salvo o no podría descansar.
-¿Te he
despertado? Lo siento, cada día que pasa dudo más de que aquí estés a salvo.
Cualquiera podría oírte. Estaré fuera, en el coche. Si me necesitas...
La
chica saltó hacia él haciendo vibrar la resistente puerta de metal.
-Te…he…
dicho…-le susurró con dureza y dificultad- que…no… vengas…de noche.
Sus
ojos rojos se le clavaban con fiereza. Por la mañana volverían a ser azules.
-Que
descanses, pequeña Lilith. – se despidió mientras cerraba la mirilla.
viernes, 14 de noviembre de 2014
Mi querida Claudia
Mi querida Claudia,
Siento
que las fuerzas me abandonan, ya no soy capaz ni de agarrar mi pluma sin que me
tiemble el pulso. Creo que es hora de decirte adiós.
Nunca
olvidaré el tiempo que pasamos juntos. Tampoco cuando te conocí, esos días que pasé mirándote tras
los arbustos hasta que me atreví a hablarte, ni cómo me invitaste a columpiarme
junto a ti cuando tembloroso me acerqué al parque, ni cuando te pregunté que si
querías que te empujase. Aún recuerdo lo que sentí al agarrar tu pequeña
cintura y tu grito de “Más alto, más alto”.
Tampoco olvidaré cuando, años después, aceptaste mi
invitación de ir juntos al baile de graduación ni tu precioso vestido verde,
menos aún cómo me dijiste esa misma noche que sería divertido volvernos a ver al día siguiente.
No todo
fueron bonitos recuerdos, no olvides lo cerca que estuvimos del precipicio
cuando Joaquín se encaprichó contigo y, en fin, tú con él. Por suerte volviste,
aunque me costó demostrarte que realmente sólo te quería para llegar hasta
Natalia, tu mejor amiga.
Curiosa
pareja. Al final se casaron, como bien sabes, y al final nosotros también. Tu
cara de incredulidad cuando te pedí matrimonio en mitad del cine, en el mismo
momento en el que el protagonista se lo pedía a la chica, tampoco se perderá en
mi memoria.
Contigo
he pasado los mejores años de mi vida, y es que desde que te conocí aquel día
en el parque no he pensado en otra cosa que no fueras tú. Por desgracia, ese
Dios en el que creías se volvió contra nosotros. Envidia, probablemente.
Nunca
olvidaré las horas de espera en el hospital, las pruebas en las que no me
permitían estar junto a ti, las charlas que acababan en sollozos nocturnos.
Recuerdo el día en el que me pediste por favor que no te mirara cuando no
llevases peluca, recuerdo tus ojos de agradecimiento cuando te dije que era
injusto que me lo pidieras, que yo me quedaría calvo en unos años y tú lo
recuperarías en sólo unos meses. Pero me equivoqué. Sigo teniendo bastante
pelo. Superamos esto juntos y pensé que ya nada podría separarnos. pero volví a
equivocarme.
Ojalá pudiera olvidarlo, pero recuerdo el día en que sin fuerzas te viste a
obligada a desplazarte en una silla de ruedas. Aún así te seguía queriendo, tu
sonrisa, huidiza en estos últimos días, seguía siendo una razón para vivir.
Finalmente,
hace unas semanas tu memoria se quebró y empezaste a olvidar todo, empezaste a
olvidarme. A veces creo ver cómo me
reconoces y todo vuelve a ser como antes, vuelvo a estar en ese parque y en
esos columpios. Otras veces no lo haces y siento que algo en mi se muere. Y es
cierto, ya te avisé al principio de esta despedida, de que mis energías se
agotaban y estoy seguro de que ya sólo serán unas semanas las que pueda pasar
junto a ti, pero será la mejor forma de dejar este mundo.
Espero, sinceramente, que me regales
alguna de tus sonrisas. Hace mucho que no veo ninguna y me gustaría marcharme
con un buen recuerdo en la mente.
Nunca
te he dejado sola y nunca lo voy a hacer. Aunque queda de tu mano, porque solo
he podido hacer lo que mejor se me da. Escribir. Te he escrito, más bien nos he
escrito, una biografía. Desde que nos conocimos hasta hoy.
Lo he arreglado todo para que cuando yo ya no
esté te entreguen todo lo necesario, incluido a alguien que te lea cuando tú ya
no puedas, para que seas capaz de volver a recordar, aunque sea unos instantes,
los momentos que pasamos juntos. Los médicos me han avisado de que es muy
probable que al no recordar nada, al no sentirte identificada, no leas nunca
esto, pero al menos estaré presente en estas hojas que siempre tendrás a mano.
Eternamente tuyo, Víctor.
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