Las relámpagos iluminaban el cielo y un
segundo después el trueno rugía. El agua caía sin descanso y con mucha fuerza.
El bosque estaba triste pese a la lluvia. Verdes oscuros y grises borrosos eran
los únicos colores que el agua no había diluido.
El hombre del traje estaba exhausto. No
estaba cansado por haber corrido, ni por llevar bajo la lluvia varias horas,
sino por arrastrar un pesado pasado durante demasiado tiempo. Reconocía que en
parte, era culpa suya, pero se negaba a guardarla toda para sí. Ella había sido
la razón de su tormento.
La mujer del pelo mojado estaba furiosa y lo
llevaba estando desde poco antes de que aquel hombre comenzase a cargar con su
pasado. Toda la culpa la tenía él, que le miraba agotado, exhausto. Consumido.
No le daba ninguna pena. Se lo tenía merecido por hacer daño a una joven niña.
-Has vuelto –dijo el hombre rompiendo el
tormentoso silencio.
-Vengo a terminar el trabajo. –le escupió
-Siento
decepcionarte, pero yo ya estoy muerto. Sólo soy una carcasa casi vacía.
-¿Casi?
No intentes engañarme. Sé que ya no te queda nada. Una a una han ido
desapareciendo, de la forma más convulsa posible.
-Y
todas ellas se han llevado algo. Un trozo de mí.-reconoció - Todas.
-Ya no
tienes nada que darle a nadie.
-Entonces…
¿Por qué no me has llevado aún ante la Parca? –Preguntó sabiendo la respuesta.-
No puedes. –dijo amagando una macabra sonrisa- No, hasta que todas hayan desaparecido.
-Dime,
¿Quién es? La encontraré de todas formas.
El
caballero se acercó a ella arrastrándose, lo miró furiosa. Él consiguió acercarse,
ella no quiso apartarse. El hombre la atrajo hacia sí y le susurró antes de
besarla.
-No hace falta que busques… La tengo delante
de mí.
-No… -comenzó
ella, pero no pudo continuar.
La
joven pudo verlo en un beso. Nunca le había olvidado y ella los había condenado.
El hombre se separó y la mujer, tras adquirir un matiz grisáceo, se deshizo en
polvo.
Exhausto,
suspiró una última vez, dejándose convertir en ceniza.
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