Volvía a ser de noche en Bhuith. Las estrellas formaban de nuevo
extrañas sombras entre los edificios. El niño del pelo revuelto había sido
retado otra vez, pero ahora llevaba consigo una pulsera amarilla.
Sus amigos le habían llamado gallina por volver con las manos vacías,
pero no estaba enfadado. Ellos no lo comprendían. El niño continuaba andando
entre las sombras. Al llegar, saltó la verja del jardín y entró por la misma
ventana que la última vez. El olor a moho seguía estando ahí.
El vestíbulo lo acogió en un
oscuro abrazo mientras ascendía por las escaleras. Cuando llegó a la habitación
de la Niña estaba vacía. El coletero descansaba sobre la misma silla que el día
anterior. Sin dudarlo lo cogió y se dio la vuelta esperando escuchar su voz.
Cosa que no ocurrió. ¿Lo habría soñado? Recordaba perfectamente tenerla
enfrente.
“¿Elba?” Su pregunta rompió el
silencio de la habitación, que se recuperó con un leve crujir de madera. “¿Hola?”
Pensativo dejó la pulsera amarilla que con tanto esmero había fabricado.
Abandonó la habitación despacio, esperando a que en cualquier momento
apareciera su translúcido rostro. Bajó la escalera del vestíbulo, escalón a escalón,
hasta llegar a la puerta del almacén. El olor a moho le envolvió, lo ignoró y
continuó andando hacia la ventana. A los pies de esta decidió colocarse el
coletero a modo de pulsera, por si lo perdía escalando. Salió al jardín y escaló
la valla, dejándose caer al otro lado.
Mañana sería un héroe, pero la victoria le sabría amarga.
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